Justo antes de entrar al edificio de Interfacultades no sabes lo que te espera dentro. Una vez que se accede, una bofetada de olor a suciedad te cruza la cara. No es fácil de definir. Huele a humanidad, a una humanidad poco higiénica. Una mezcla entre sudor, pies sucios, zapatillas viejas viejas, etc. La imagen sorprende y da pena: colchones amontonados unos sobre otros, ropas por todos lados.
Si quieres acceder a las ventanillas, toca entrar por la puerta. La otra opción sería ir de puntillas entre colchón y colchón para no pisar las pertenencias de los que allí están.
Ellos amablemente te lo apartan. Pero una señora te ha avisado de lo que parece un rumor no confirmado: "Ten cuidado, que hay pulgas y piojos". Y claro, la verdad es que da cosa estar demasiado cerca de cualquiera de sus pertenencias. El olor es cada vez peor. Subes un par de pisos. A medida que asciendes va disminuyendo, pero no desaparece del todo. Luego, al bajar, por algún extraño efecto parece que huele peor. Creías que te habías acostumbrado, pero no. Es entonces cuando te tapas nariz y boca para poder atravesar las trincheras sin vomitar. Y te vas dejando un edificio que creías propio de una institución a la que en otro tiempo tuviste por sabia. Hoy, ni tan siquiera tienen sus órganos directivos la compostura suficiente para solucionar, por las buenas o por las malas, una situación de chantaje, de secuestro de instalaciones públicas, que nunca tendría que haber llegado a permitirse.
jueves, 29 de enero de 2009
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